El estadio más caro de Chile

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En el puerto de San Antonio, en la avenida Barros Luco 2662, se alza el Estadio Municipal Doctor Olegario Henríquez. Las modernas líneas del recinto hablan de un campo deportivo que cumple con los exigentes estándares de hoy. En las mañanas se pueden ver algunas personas corriendo por la pista atlética o realizando actividad física en las instalaciones aledañas. Nada que salga de lo que se espera de cualquier estadio.


Pero hay un detalle esencial: el estadio está cerrado. Y lo está desde hace años. San Antonio Unido, el equipo profesional de la ciudad, debe ejercer su localía en el Estadio Municipal de La Pintana, a más de 120 kilómetros de distancia. No por una decisión deportiva, sino porque la infraestructura que se construyó con fondos públicos y promesas institucionales aún no puede ser utilizada por su propia comunidad.

Cuando comenzaron las obras en 2018, nadie pensó que siete años después el estadio seguiría cerrado. Con un presupuesto inicial de $6.000 millones que hoy bordea los $22.000 millones, el caso se ha transformado en el ejemplo más nítido de cómo la burocracia, la negligencia técnica y el abandono político pueden frustrar las esperanzas de todo un territorio.


Porque esto no es solo una historia sobre cemento, acero o pintura intumescente. Es una historia de abandono. De cómo el centralismo en Chile sigue siendo una barrera invisible pero efectiva para el desarrollo deportivo y social de las regiones. No hay infraestructura adecuada, no hay espacios para que los jóvenes puedan desarrollar sus talentos, ni condiciones dignas para que una familia asista a ver un partido o una actividad cultural en su ciudad.


Lo que se defrauda aquí no es sólo una promesa electoral o una fecha incumplida: lo que se rompe es la confianza. Y cuando esa confianza se erosiona, lo que emerge es una crisis de legitimidad de nuestras autoridades. Porque el problema no es solo que el estadio no funcione, es que a nadie parece importarle lo suficiente como para solucionarlo.


Nos quieren hacer creer que estas cosas “pasan”, que son parte del desgaste natural de la maquinaria estatal. Pero no. Esto no es accidental. Esto es estructural. Es el resultado de decisiones mal tomadas, de controles que no se ejercieron, de fondos que no se usaron donde debían, y de autoridades que no estuvieron a la altura.


San Antonio tiene un estadio que no puede usar. Una comunidad con la puerta cerrada en las narices. El costo lo paga la gente. Y en eso, el deporte solo es el reflejo de algo más profundo: un país que aún no aprende a mirar hacia sus regiones, ni a escuchar las voces que desde ahí claman por algo tan simple como dignidad.