En Chile, ser campeona nacional de judo no solo implica horas de entrenamiento y disciplina. Cuando se vive en regiones, lejos de la capital, el desafío se multiplica. Gisella Vera, campeona panamericana y formadora en Hijuelas, Región de Valparaíso, lo sabe bien. “Los apoyos no son suficientes, y nosotros, que somos de Hijuelas, tratamos de sortear esto con aportes de empresas privadas y del Gobierno Regional para poder llegar de mejor manera a los eventos, tanto a nivel personal como con mis alumnos, que también son muy destacados a nivel nacional”, cuenta.
Lejos de Santiago, donde se concentran los principales centros de alto rendimiento, competencias y recursos, las y los judocas deben enfrentar largas jornadas de traslado, organización logística y autogestión constante. A esto se suma la necesidad de compatibilizar los entrenamientos con estudios, trabajo y vida familiar, sin la certeza de contar con apoyo económico sostenido.
Clubes como Fukuoka, donde entrena Vera, funcionan gracias a la colaboración comunitaria, el esfuerzo personal y la búsqueda activa de recursos. Muchas veces, el dojo se adapta en espacios prestados, y los viajes a campeonatos nacionales requieren planificaciones extensas y solidarias.
Aunque algunos fondos públicos y privados alivian esta carga, no siempre llegan a tiempo ni con la magnitud necesaria. La descentralización deportiva aún está en deuda.
La reciente realización de una final nacional federada fuera de la capital es un paso, pero insuficiente si no viene acompañado de políticas reales de equidad territorial.
Desde Hijuelas al podio nacional, la historia de Gisella y sus alumnos demuestra que, en regiones, ganar exige más que talento: exige convicción, redes de apoyo y una lucha diaria contra la desigualdad estructural en el deporte chileno.